Las situaciones, animales o cosas que pueden constituir el estímulo fóbico son innumerables. Los más comunes son los espacios cerrados (claustrofobia), los espacios abiertos (agorafobia), las arañas, las serpientes, los perros, los lugares elevados, los ascensores, las muchedumbres y la oscuridad.
Se han propuesto diversas clasificaciones de las fobias, pero en realidad ninguna de ellas tiene verdadera utilidad puesto que lo que realmente nos interesa no son las diferencias entre los estímulos externos de la fobia sino las similitudes de los mecanismos psíquicos que conducen a ella. A día de hoy la división más interesante sigue siendo la propuesta por Freud donde divide las fobias de acuerdo a la naturaleza del estímulo fóbico: fobias comunes que representan una exageración de miedos casi universales y fobias contingentes que son específicas de cada persona.
Para el abordaje de la fobia es necesario enfocarse no solo en el estímulo fóbico (p.e. las arañas) sino que también resulta imprescindible estudiar las fuentes de la ansiedad, analizar el papel de los mecanismos de defensa (la represión, el desplazamiento, la evitación, la proyección…), atender al simbolismo y la elección del objeto fóbico y darle importancia a las primeras situaciones de ansiedad en la génesis de la fobia. Cuando tratamos del abordaje del estímulo fóbico en sí, la intervención puede cobrar una orientación cognitivo-conductual usando técnicas de exposición y desesinsibilzación sistemática. Sin embargo, la intervención más sólida a largo plaza consiste en resolver las vivencias internas conflictivas.